Vacaciones con inteligencia emocional
- Jorge Reyes García
- 23 jun
- 4 Min. de lectura

Las vacaciones son, para muchas personas, uno de los momentos más esperados del año. Representan una pausa en la rutina, una oportunidad de desconexión y, en teoría, una fuente de bienestar. Sin embargo, no siempre se viven de esta manera. Las expectativas poco realistas, la comparación constante con lo que hacen los demás, y la dificultad para “estar realmente presentes” pueden empañar esta experiencia. Desde la psicología, y particularmente desde la inteligencia emocional, podemos aprender a vivir las vacaciones de forma más plena y saludable.
Descansar: el propósito principal
El descanso no es un lujo, es una necesidad biológica y psicológica. En un mundo que valora la productividad por encima de casi todo, muchas personas llegan a sus días libres agotadas, tanto física como mentalmente. Por eso, la función más importante de las vacaciones no es “aprovecharlas al máximo” en términos de actividades o lugares visitados, sino permitir que el cuerpo y la mente recuperen energía.
Descansar no significa necesariamente no hacer nada. Significa permitirnos bajar el ritmo, elegir actividades que nos nutran en lugar de agotarnos y, sobre todo, respetar nuestras señales internas. Algunas personas descansan viajando, otras necesitan quedarse en casa, leer, dormir más o simplemente no tener horarios. Lo esencial es que las vacaciones se adapten a nuestras verdaderas necesidades, no a una idea impuesta de lo que “deberían” ser.
Cuidado con las comparaciones
En la era de las redes sociales, es fácil caer en la trampa de comparar nuestras vacaciones con las de los demás. Imágenes de playas exóticas, comidas perfectas, paisajes de ensueño y sonrisas constantes pueden hacernos sentir que nuestras propias vacaciones son insuficientes. Este fenómeno, aunque común, puede dañar seriamente nuestra experiencia emocional.
La inteligencia emocional nos invita a observar este impulso con curiosidad y sin juicio. ¿Qué emociones surgen al ver las vacaciones de otros? ¿Envidia, frustración, inseguridad? Reconocer estas emociones nos permite gestionarlas mejor. Recordemos que las redes sociales muestran una versión editada de la realidad. Nadie publica los retrasos en el aeropuerto, los días de lluvia, o las discusiones familiares. Compararse con una versión idealizada de la vida ajena es injusto e irreal.
En lugar de mirar hacia afuera, volvamos la mirada hacia dentro. ¿Qué es lo que realmente nos hace sentir bien? ¿Qué nos descansa, nos conecta, nos recarga? Cada persona tiene su propia definición de bienestar. Aceptar la nuestra es un acto de salud emocional.
Estar presentes: vacaciones también para la mente
Uno de los grandes desafíos emocionales de nuestras vacaciones no es solo desconectar del trabajo, sino también aprender a reconectar con el presente. Podemos estar físicamente en un lugar increíble, pero mentalmente en otro: repasando pendientes, anticipando problemas, o pensando en lo que haremos después.
La atención plena o mindfulness es una herramienta poderosa para contrarrestar esta tendencia. No se trata de forzarnos a estar presentes todo el tiempo, sino de desarrollar la capacidad de notar cuándo nos hemos ido mentalmente a otro lugar y, con amabilidad, regresar al ahora. ¿Estamos caminando por una ciudad nueva, pero pensando en el correo del trabajo? ¿Estamos en la playa, pero revisando compulsivamente el móvil? Esas señales son oportunidades para volver al presente.
Podemos usar nuestros sentidos como anclas: observar los colores del entorno, escuchar los sonidos, notar las sensaciones físicas. Cada vez que traemos la atención de vuelta al momento que estamos viviendo, estamos entrenando nuestra inteligencia emocional y fortaleciendo nuestra salud mental.
Expectativas realistas: no convertir las vacaciones en una prueba
Otro punto clave es revisar nuestras expectativas. A menudo, depositamos en las vacaciones una carga emocional muy alta: deben ser perfectas, deben compensar todo el estrés del año, deben ser inolvidables. Esta presión puede generar frustración, especialmente cuando algo no sale como lo esperábamos.
Las vacaciones no tienen que ser extraordinarias para ser valiosas. A veces, lo más reparador es lo más simple: una conversación significativa, un momento de silencio, un paseo sin rumbo. Si pensamos que “todo debe salir bien” o que “este tiene que ser el mejor viaje del año”, nos estamos preparando para la decepción.
Tener expectativas ajustadas no significa resignarse a que las cosas vayan mal, sino permitirnos disfrutar de lo que hay, tal como es. La inteligencia emocional nos ayuda a flexibilizar nuestra mirada, a encontrar el valor en los detalles, y a dejar de lado la idea de control absoluto. Podemos planificar, claro, pero también soltar lo que escapa de nuestras manos.
El valor de lo cotidiano: vacaciones como parte del bienestar
Finalmente, es importante no pensar en las vacaciones como el único momento del año para sentirnos bien. Esta visión binaria —“trabajo estresante” versus “vacaciones felices”— crea un desequilibrio que puede generar más malestar que alivio. Si solo nos permitimos descansar y disfrutar una o dos veces al año, algo no está funcionando.
Una mirada emocionalmente inteligente propone ver las vacaciones como un capítulo más en nuestra narrativa de bienestar. No son el premio por sobrevivir al año, sino una oportunidad más para cuidarnos, conocernos y reconectar. Podemos y debemos buscar momentos de bienestar también en nuestra vida diaria, cultivando pequeñas pausas, espacios de placer, relaciones nutritivas y hábitos que promuevan nuestra salud emocional.
En resumen
Las vacaciones pueden ser una experiencia profundamente renovadora si las vivimos con inteligencia emocional. Esto implica:
Priorizar el descanso por encima de las exigencias externas.
Evitar comparaciones que distorsionan la percepción de nuestra propia experiencia.
Estar presentes en lo que vivimos, notando cuándo la mente se dispersa y volviendo al ahora con amabilidad.
Ajustar nuestras expectativas para no convertir las vacaciones en una fuente de estrés adicional.
Entender que el bienestar no depende solo de unos pocos días al año, sino de cómo nos relacionamos con nosotros mismos todo el tiempo.
Cultivar esta mirada no solo mejora la calidad de nuestras vacaciones, sino también la forma en que vivimos nuestra vida. Y eso, sin duda, es una inversión emocional que vale la pena.
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