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Salud Mental y Redes Sociales

  • Foto del escritor: Jorge Reyes García
    Jorge Reyes García
  • 9 jun
  • 4 Min. de lectura

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Salud mental y redes sociales: una relación compleja


Por más que intentemos evitarlas, las redes sociales forman ya parte del paisaje cotidiano de nuestras vidas. Son herramientas de comunicación, plataformas de expresión, escaparates de logros y vitrinas de emociones. Como psicólogo, no puedo negar su utilidad, pero tampoco puedo pasar por alto el impacto que tienen sobre la salud mental, especialmente cuando su uso no está acompañado de un criterio formado ni de una reflexión consciente.


Doomscrolling: atrapados en la espiral negativa


Una de las conductas más nocivas que han emergido con el uso intensivo de redes sociales es lo que hoy se conoce como doomscrolling. Se trata del hábito de pasar largos periodos de tiempo desplazándose por contenido negativo: noticias alarmantes, comentarios hostiles, sucesos trágicos o conflictos sin resolver.


Este comportamiento tiene un efecto directo en el estado de ánimo. Alimenta la ansiedad, genera sensación de impotencia y mantiene al cerebro en estado de alerta constante. Lo más preocupante es que se convierte fácilmente en un ciclo difícil de romper: cuanto más contenido negativo se consume, más contenido similar aparece en los algoritmos, reforzando la conducta.


El doomscrolling roba tiempo, energía y serenidad. Frente a este patrón, es fundamental recuperar el control: limitar el tiempo frente a la pantalla, establecer horarios sin conexión y cultivar momentos de descanso mental.


Autoestima y comparación constante


Uno de los fenómenos más sutiles pero más frecuentes que observamos en consulta es el deterioro de la autoestima como consecuencia de la comparación constante con lo que otros muestran en redes.


Las plataformas están diseñadas para destacar lo brillante, lo espectacular, lo perfecto. Aunque la mayoría de los usuarios saben —al menos de forma racional— que lo que ven es solo una parte filtrada de la realidad, emocionalmente es muy difícil no comparar. Y es ahí donde se gestan sentimientos de insuficiencia, frustración, envidia o tristeza.


La persona empieza a dudar de su propio valor porque no tiene el cuerpo, la pareja, la casa, la vida social o la productividad que otros exhiben. Esto puede afectar especialmente a adolescentes y jóvenes en formación identitaria, pero también a adultos que atraviesan momentos de vulnerabilidad o cambio.


Trabajar la autoestima en este contexto requiere enseñar a distinguir entre la imagen y la realidad, y ayudar a desarrollar un sentido interno de valía que no dependa de la validación externa.


El riesgo de los "influencers de salud mental"


En los últimos años han proliferado en redes sociales personas que se presentan como referentes de salud mental. Algunos comparten su historia personal, otros ofrecen consejos, reflexiones o incluso estrategias terapéuticas. Si bien es cierto que este tipo de contenidos puede tener un valor divulgativo o motivacional, también encierra varios riesgos.


En primer lugar, muchos de estos influencers no tienen formación profesional. Su experiencia, aunque legítima, no siempre es generalizable. Lo que a una persona le funcionó, no necesariamente será útil para otra. En segundo lugar, la simplificación de conceptos complejos puede generar confusión, fomentar el autodiagnóstico erróneo o incluso agravar un problema mal comprendido.


El principal peligro es que algunas personas sustituyen la búsqueda de ayuda profesional por el consumo de este tipo de contenidos, creyendo que con ver vídeos o seguir cuentas inspiradoras será suficiente para sanar. Esto puede retrasar la intervención adecuada o generar falsas expectativas.


Por eso es importante educar en la diferencia entre contenido de apoyo y atención psicológica. El bienestar mental requiere, muchas veces, de un proceso guiado, individualizado y profundo.


Educar en el uso: más allá de prohibir


Como profesionales y como sociedad, tenemos la responsabilidad de no caer en una visión simplista que se limite a demonizar las redes o a imponer restricciones. Lo realmente necesario es educar. Enseñar a usar las redes con sentido crítico, con conciencia de sus efectos, con capacidad de elegir y filtrar.


Esta educación comienza desde edades tempranas, en casa y en la escuela. Pasa por enseñar a los jóvenes a hacerse preguntas: ¿cómo me siento después de estar en esta red? ¿Qué tipo de cuentas sigo? ¿Me inspira o me frustra lo que veo? ¿Estoy buscando distracción o estoy evitando algo?


También implica ayudar a desarrollar habilidades emocionales: tolerar el aburrimiento, manejar la frustración, reconocer la necesidad de validación, aceptar la imperfección. Las redes sociales no son el enemigo: el verdadero desafío es cómo las usamos.


El papel del psicólogo en este contexto


Los profesionales de la salud mental tenemos un rol fundamental en este escenario. No solo en la consulta individual, sino también como agentes sociales y educativos.


Podemos ofrecer espacios de reflexión sobre el impacto emocional de las redes, ayudar a las personas a reconectar con su propio criterio, promover hábitos digitales saludables, y desmitificar muchas de las ideas erróneas que circulan sobre salud mental en internet.


Además, es importante que también nosotros, como psicólogos, tengamos presencia responsable en redes sociales, aportando contenido riguroso, accesible y ético. En un entorno saturado de voces, la nuestra puede ofrecer claridad y orientación.


Conclusión


Las redes sociales han transformado nuestra forma de relacionarnos, de comunicarnos y de vernos a nosotros mismos. Como toda herramienta poderosa, pueden ser aliadas o fuentes de malestar. No se trata de elegir entre apagarlas o aceptarlas sin cuestionamiento, sino de aprender a convivir con ellas con inteligencia emocional y criterio.


La salud mental no se construye en aislamiento, pero tampoco se sostiene a golpe de likes. Requiere presencia, escucha, atención profunda. Y eso, paradójicamente, se cultiva más en el silencio que en el ruido constante del scroll infinito.


Educar, acompañar, poner límites y ofrecer alternativas son tareas urgentes. La buena noticia es que estamos a tiempo. Y que, como sociedad, tenemos los recursos y la sensibilidad necesaria para promover un uso de las redes que sea más humano, más consciente y, sobre todo, más saludable.


 
 
 

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