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¿Qué es un ataque de pánico?

  • Foto del escritor: Jorge Reyes García
    Jorge Reyes García
  • 21 abr
  • 4 Min. de lectura


Acabamos de llegar a casa después de un día duro de trabajo. Notamos una tensión incómoda en la espalda, como si lleváramos una carga invisible. El corazón late más rápido de lo habitual. Intentamos respirar de manera consciente, buscando calma, pero cuanto más lo hacemos, más sentimos que nos falta el aire. Nuestra mente se nubla, como si una neblina pesada descendiera de pronto. No entendemos qué nos ocurre. ¿Por qué me siento así? Intentamos controlar la situación, nos esforzamos por recuperar el equilibrio, pero no funciona. ¿Y si me da un infarto? ¿Y si me estoy volviendo loco?


Esta escena, que para muchos resulta sorprendentemente familiar, es una descripción clásica de un ataque de pánico, también conocido como crisis de angustia.


¿Qué es exactamente un ataque de pánico?


Un ataque de pánico es una activación súbita e intensa del sistema nervioso autónomo, particularmente de su rama simpática. Esta es la parte del sistema nervioso que se encarga de prepararnos para responder ante situaciones de peligro real: acelera el ritmo cardíaco, aumenta la frecuencia respiratoria, dilata las pupilas y moviliza la energía del cuerpo. En términos evolutivos, está diseñada para la huida o la lucha. Sin embargo, en un ataque de pánico, esta activación ocurre sin que exista un peligro real o evidente. Es, en esencia, una falsa alarma.


En muchas ocasiones confundimos los ataques de pánico con episodios de ansiedad. Aunque están relacionados, hay una diferencia clave: mientras que en la ansiedad suele haber un desencadenante claro (una discusión, una mala noticia, el miedo a un posible despido), en el ataque de pánico no hay una causa obvia. Esta falta de explicación lógica es, precisamente, lo que lo vuelve tan aterrador.


Una alarma que suena sin motivo


Para entender un ataque de pánico, podemos hacer una analogía con una reacción alérgica. El sistema inmunológico reacciona de forma exagerada a un estímulo que no representa una verdadera amenaza, como el polen o el polvo. De manera similar, en un ataque de pánico, el sistema nervioso reacciona como si estuviéramos en peligro mortal, aunque no haya ninguna amenaza objetiva.


Durante el episodio, la persona puede experimentar una combinación de síntomas como:

  • Palpitaciones intensas o taquicardia

  • Dificultad para respirar o sensación de asfixia

  • Dolor o presión en el pecho

  • Mareo o sensación de inestabilidad

  • Sudoración intensa

  • Temblores

  • Sensación de irrealidad o de estar separado del propio cuerpo (desrealización o despersonalización)

  • Miedo a perder el control, volverse loco o morir


Estos síntomas pueden durar entre 10 y 30 minutos en promedio, aunque la sensación de haber vivido algo muy intenso puede perdurar mucho más tiempo.


El papel de la mente: miedo al miedo


Uno de los elementos más relevantes en la perpetuación de los ataques de pánico es lo que los psicólogos conocemos como el miedo al miedo. Después de haber experimentado un primer ataque, muchas personas desarrollan un estado de hipervigilancia corporal: comienzan a estar excesivamente atentos a cualquier sensación física que recuerde a aquella experiencia inicial. Un pequeño aumento del ritmo cardíaco, un leve mareo, una respiración más superficial… cualquiera de estos cambios puede ser interpretado como una señal de que “otro ataque viene en camino”.


Este estado de alerta constante hace que el sistema nervioso se mantenga en tensión y, paradójicamente, favorece que se produzca un nuevo episodio. La interpretación catastrofista de los síntomas ("esto no es normal", "me voy a desmayar", "esto no le pasa a nadie más") alimenta el ciclo. Es una espiral en la que el pensamiento amplifica la percepción física, y la percepción física refuerza el pensamiento catastrófico.


¿Me voy a morir? ¿Me estoy volviendo loco?


Estas son dos de las preguntas más frecuentes durante un ataque de pánico. Y es completamente comprensible. La intensidad de los síntomas puede simular una emergencia médica grave, como un infarto o un colapso mental. Pero es fundamental dejar esto muy claro: un ataque de pánico, aunque muy desagradable, no es peligroso ni mortal. Tampoco es señal de que la persona esté “perdiendo la cabeza” o desarrollando una enfermedad mental grave.


De hecho, muchas personas acuden por primera vez a urgencias médicas convencidas de que están sufriendo un infarto. Tras varias pruebas que descartan problemas orgánicos, la conclusión es que lo que han vivido fue un episodio de pánico. A menudo, esto genera una mezcla de alivio y desconcierto. Si el cuerpo está bien, entonces, ¿qué fue lo que pasó?


Comprender para desactivar


El primer paso para superar los ataques de pánico es comprender qué son y por qué ocurren. Saber que se trata de una activación temporal e inofensiva del sistema nervioso puede ayudar a rebajar el miedo que sentimos durante el episodio. Es un proceso de reeducación: aprender a interpretar los síntomas de forma realista, sin caer en la trampa de los pensamientos catastróficos, y sobre todo a tomar distancia de esos pensamientos.


En segundo lugar, es útil aprender técnicas de manejo emocional y corporal. Sin embargo, es importante señalar que forzarse a controlar los síntomas puede ser contraproducente. El intento de control riguroso ("debo calmarme ya") puede aumentar la ansiedad si no se logra de inmediato. A veces, la clave es permitirse sentir lo que está ocurriendo sin juzgarlo, sabiendo que pasará.


¿Se pueden prevenir los ataques de pánico?


Sí, con el tratamiento adecuado, los ataques de pánico pueden prevenirse y desaparecer. La terapia cognitivo-conductual (TCC) es actualmente la forma más eficaz de tratamiento. Este enfoque ayuda a identificar y cambiar los patrones de pensamiento que alimentan el miedo al miedo, y a exponerse de manera progresiva a las sensaciones físicas que antes se evitaban o temían.


En algunos casos, especialmente cuando los ataques son muy frecuentes o incapacitantes, puede considerarse la opción de tratamiento farmacológico, siempre bajo supervisión médica.


Conclusión


Un ataque de pánico puede sentirse como el fin del mundo. El cuerpo se desborda de sensaciones inexplicables, la mente entra en un bucle de temor y confusión, y la persona se siente totalmente fuera de control. Pero entender que se trata de una falsa alarma, una activación intensa pero inofensiva del sistema nervioso, es un primer paso poderoso hacia la recuperación.


El miedo es una emoción adaptativa. Nos ha permitido sobrevivir como especie. Pero cuando se activa sin motivo, nos puede hacer sufrir profundamente. Afortunadamente, con conocimiento, acompañamiento terapéutico y práctica, es posible romper el ciclo del miedo al miedo y recuperar la calma.



 
 
 

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